Demuéstreme con un ejemplo que no resulta tan caro disfrutar de las trufas frescas negras, le dije a Alonso. Además, la empresa Laumont lleva más de 30 años ofreciendo las mejores trufas en el mundo. Grandet explotaba cien fanegas de viñedo, las cuales, en los años de abundancia, le daban de catorce a diez y seis hectolitros de vino; poseía trece alquerías y una abadía cuyas ventanas y puertas había tapado por economía y para que se conservase; y ciento veintisiete fanegas de praderas donde crecían tres mil álamos plantados en 1793. Finalmente, la casa en que vivía era también suya, y de este modo se calculaba su fortuna visible. Ellos, temiendo la reconvención del padre, sacaron un carro de mulas, de hermosas ruedas, magnífico, recién construído; pusieron encima el arca, que ataron bien; descolgaron del clavo el corvo yugo de madera de boj, provisto de anillos, y tomaron una correa de nueve codos que servía para atarlo. El resto del dia se empleó en operaciones de gabinete. ¿Semejante hombre tenía realmente la nariz entre los ojos, estaba del todo conformado como el resto de los hombres? Quedo huérfano a una edad en que, por la clase de educación que he recibido, puedo pasar por un niño, y, sin embargo, debo levantarme siendo hombre del abismo en que he caído.
Y por fin sacó dos trípodes relucientes, cuatro calderas y una magnífica copa que los tracios le dieron cuando fué, como embajador, á su país, y era un soberbio regalo; pues el anciano no quiso dejarla en el palacio á causa del vehemente deseo que tenía de rescatar á su hijo. 287 «Toma, haz libación al padre Júpiter y suplícale que puedas volver del campamento de los enemigos á tu casa; ya que tu ánimo te incita á ir á las naves contra mi deseo. 349 Cuando Príamo y el heraldo llegaron más allá del gran túmulo de Ilo, detuvieron los mulos y los caballos para que bebiesen en el río. Príamo mandó á sus hijos que prepararan un carro de mulas, de hermosas ruedas, pusieran encima una arca y la sujetaran con sogas. Iban delante los mulos que arrastraban el carro de cuatro ruedas, y eran gobernados por el prudente Ideo; seguían los caballos que el viejo aguijaba con el látigo para que atravesaran prestamente la ciudad; y todos los amigos acompañaban al rey, derramando abundantes lágrimas, como si á la muerte caminara. El rey, como no frecuentaba ninguna, dijo que no salía perdiendo nada.
Nada menos que eso: Cervantes saca el caballo limpio: esas virtudes quedan en pie, erguidas, adorables; no han hecho sino ir a la batalla. Con agua abundante y un poco de sal, nada más empezar a hervir colocamos los espaguetis. Pues ni el agua! 302 Dijo así el anciano, y mandó á la esclava despensera que le diese agua limpia á las manos. La trufa blanca es una rareza, y como tal se comporta en la cocina: a diferencia de las más comunes variedades negras, la trufa blanca piamontesa pierde aroma al ser cocinada. Al divino Méstor, á Troílo que combatía en carro, y á Héctor, que era un dios entre los hombres y no parecía hijo de un mortal sino de una divinidad, Marte les hizo perecer; y restan los que son indignos, embusteros, danzarines, señalados únicamente en los coros y hábiles en robar al pueblo corderos y cabritos. 265 Así les habló. Mas al atravesar Príamo y el heraldo la llanura, no dejó de advertirlo Júpiter, que vió al anciano y se compadeció de él. Luego fueron sacando de la cámara y acomodando en el carro los innumerables dones para el rescate de Héctor; uncieron los mulos de tiro, de fuertes cascos, que en otro tiempo regalaron los misios á Príamo como espléndido presente, y acercaron al yugo dos corceles, á los cuales el anciano en persona daba de comer en pulimentado pesebre.
Te acompañe un heraldo más viejo que tú, para que guíe los mulos y el carro de hermosas ruedas y conduzca luego á la población el cadáver de aquel á quien mató el divino Aquiles. 322 El anciano subió presuroso al carro y lo guió á la calle, pasando por el vestíbulo y el pórtico sonoro. Éstos salieron, apremiados por el anciano. 217 Contestó el anciano Príamo, semejante á un dios: «No te opongas á mi resolución, ni seas para mí un ave de mal agüero en el palacio. Pero ¿no me prepararéis al instante el carro, poniendo en él todas estas cosas, para que emprendamos el camino? 339 Así habló. El mensajero Argicida no fué desobediente: calzóse al instante los áureos divinos talares que le llevaban sobre el mar y la tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece á cuantos quiere ó despierta á los que duermen.